En un tiempo en
que no sabía mucho acerca de lo poco que sabía decidí estudiar y aprendí mucho
de algunos profesores, pero descubrí que lo que la mayoría enseñaba era lo
mismo que salía en los libros.
Así es que con
esa idea y la mente mucho más abierta decidí ampliar mi aprendizaje y seguí
haciendo cursos, asistiendo a seminarios y congresos, pero después desistí por
completo de la idea y dije “Aquí no voy a aprender muchas cosas nuevas” (eso
fue allá por el 2005 según mi currículum) porque descubrí que los disertantes
hablaban lo mismo que salía en los libros.
Me avoqué a la
lectura entonces, y en los libros descubrí que los autores condensaban,
comentaban, ampliaban y rondaban en torno lo mismo que salía en otros libros de
otros autores. Muchas veces abandonaba la lectura de un libro para buscar y
leer a esos otros autores pero éstos también citaban a otros autores. O sea me
di cuenta que en los libros salía lo mismo que en otros libros.
Tanto indagar en
las fuentes del saber y remontarme de autor en autor, terminé por entender que
muchos de los autores de libros nombraban o hacían alusión (sin nombrarlos) a
lo que habían escrito otros autores y muchos remitían a la sabiduría de cuatro
de ellos y fue a estos a quien estudié más. Estos también citaban (casi muy
poco o no) a otros autores y son: Aristóteles, Santo Tomás de Aquino, José Ingenieros
y Sun Tzu.
Cuando hube
terminado de leer sus obras tampoco descubrí nada nuevo, puesto que lo que
ellos habían escrito ya lo había leído cientos de veces en otros libros que ya
los habían citado o se remontaban a su saber. También hubo un físico que seguí
no por sus escritos científicos sino por sus pensamientos y es Albert Einstein.
Dije entonces si
en los libros sale lo mismo que en los libros y los autores hablan de otros y
otros y así, entonces ¿dónde está el saber? Dejé la lectura para entonces.
Cansado de
indagar en un verdadero aprendizaje, cansado de leer los libros que decían lo
mismo que otros libros y de cursos y seminarios que hablaban lo mismo que salía
en los libros decidí que la fuente del saber estaba en la meditación, y comencé
a pensar acerca de todo lo que habían dicho Aristóteles, Santo Tomás,
Ingenieros y Sun Tzu, y las siempre vigentes reflexiones de Einstein.
Descubrí que el
aprendizaje supremo está en la reflexión, en la imaginación, en el pensamiento
y en el juicio y que todo lo que el mundo sabe ya lo sabemos porque está en el
interior de la mente.
Meditando es que
aprendí a aprender de mi mismo y todo lo que yo podía imaginar. Y descubrí todo
lo que yo sabía, descubrí cómo era el mundo a mi alrededor, descubrí cómo eran
las personas, por qué hacen lo que hacen, cómo funcionan muchas cosas, qué es
bueno y malo y fundamentalmente aprendí a hacer.
Y empecé a hacer
cosas que nunca había hecho y a escribir sobre cosas que nunca había escrito,
tal vez hice cosas que nunca nadie había hecho y escribí cosas que nunca nadie
había escrito.
Y llegó un
momento de mis reflexiones en que dije aún tengo tanto por aprender, pero aún
así sé cosas que ni yo mismo sé en qué momento he aprendido y me pregunté ¿cómo
es que sé acerca de estas cosas? Es así que luego de mucho meditar y
reflexionar descubrí que: “Todo eso fue
gracias a los libros…y a las tantas personas que hablan lo mismo que sale en
los libros”.